"Crujiente de speculoos con crema de vainilla y supremas de mandarina pochadas".... o cómo un postre que lleva ingredientes tan básicos (y baratos) como las galletas, la nata y las mandarinas se puede convertir en una exquisitez.
¿Queréis saber cómo? Bueno, venga, os lo diré: mediante una operación de marketing sabiamente orquestada. Necesitaremos dos elementos:
- un nombre largo que tenga por lo menos una palabra extranjera (speculoos), una palabra sonora (crujiente) y una palabra que suene a vocabulario culinario experto (supremas, pochadas).
- una presentación original, quizá un poco dramática, haciendo uso inteligente de una manga pastelera y/o de un plato negro, pizarra o similar.
Y es que hoy en día, amigos míos, hay que saber venderse. Si lanzáis la nata a golpe de cuchara sobre un plato descascarillado de la abuela y lo presentáis como "mandarinas con nata y galleta", no triunfaréis. No. Vuestros comensales o familiares os recibirán con un mohín (me encanta esta palabra), y despreciarán vuestra falta de originalidad. Incluso exclamarán con desprecio "mandarinas con nataaaa?!?"
Mientras que si seguís mis consejos, no sólo caerán rendidos ante vuestras increíbles habilidades culinarias, sino que oiréis elogiosos lugares comunes a del tipo "es tan bonito que da pena comérselo", "hay que ver qué mano tienes para los postres", "los platos más ricos se hacen con ingredientes comunes, mira la tortilla de patatas", "mandarinas con nata, ¡qué original!".